Con cada nuevo intento fallido un ardor infernal, una lágrima incontrolable, una blasfemia muda.
Las manos temblorosas entreabrieron un poco más la abertura ensangrentada. Los ojos se cerraron y la mente buscó concentración; cada molécula estaba lista para entrar en acción ¡Inhalación! ¡Exhalación! ¡Inhalación otra vez! «¡Uno, Dos y… Tres!»
Los dientes se apretaron. Las manos se volvieron puños. El diafragma se contrajo. Cinco segundos después, lo que debía ser la mitad, ya estaba afuera. El dolor se volvió más insoportable aun, sin embargo, sonreía.
«¡Una vez más y ya! ¡Vamos, tú puedes!»
Un grito agónico inundó la habitación y la tortura al fin terminó. Un demonio exorcizado flotaba ahora, plácidamente, en una piscina de cerámica blanca.
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