La primera vez que lo he hecho, fue algo espantoso. Tenía entre
diecisiete o dieciocho años, pero ya había ensayado en diversas ocasiones
anteriores.
Había escrito miles de versos y poemas sin fin, pero, jamás me había
planteado llegar tan lejos.
Al final, crié coraje y me senté delante de él.
Estaba muy blanco y callado, parecía enfermo.
Entonces comprendí que su vida dependía de mis manos. Cogí el
bolígrafo y comencé a escribir.
En cada párrafo, su fuerza iba adquiriendo nueva textura y color.
Le conté mi vida, mis sueños, mis más profundos sentimientos.
Sabía que no me guardaría el secreto por mucho tiempo. Y me alegré por
ello, por que me sentí por fin, viva.
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