Tú y yo éramos conocedores de mi fausta tendencia a la introspección, de mi inclinación irremediable a caminar sobre las nubes. Lo aceptaste al principio, desconocedor -¡pobre inocente!- del llanto de quienes habitan ese círculo concéntrico que Dante llamó Purgatorio. En el fondo me comporté como el príncipe Hamlet: me hice pasar por loca, tanto, que hasta yo misma llegué a pensar que lo estaba. Para combatir mi locura, me inmolé con los métodos mientras ellos y tú me decíais adiós. La muerte del yo fue una muerte curiosa: mi único consuelo era concebir mi propio funeral como una romántica forma de pedir perdón y lavar mi culpa, si es que tenía alguna.
KATHERINE KELLY
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