Estaban ataviadas con especiales vestiduras, de colores inciertos, extravagantes, ligeros, realmente imposibles de definir su proveniencia.
Una suave brisa hizo que, de las hilaturas de sus ropajes, salieran notas musicales de suave compás haciendo así que, poco a poco se acercaran personas que transitaban el paseo marítimo. Gentes extrañadas y curiosas por averiguar quién les acercaba hacia sus oídos aquel dulce son. Se aproximaban despacio, sigilosos, quizás temerosos por la incerteza de no saber que se podrían encontrar allí, en la orilla del mar, lugar donde estaban las mujeres.
Llegaron, las miraron, se sentaron en la arena y no articularon palabra, no preguntaron quienes eran ellas. Simplemente, escuchaban. Se dejaron seducir por vivir y sentir aquello que estaban disfrutando, sin más.
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