Las
señoras acuden al médico con sus mejores galas.
Descuelgan
del armario el abrigo de uso exclusivo en bodas y funerales. Antes de salir atusan su cabello frente al espejo del recibidor. Hace un par de días que fueron a la peluquería. No es de recibo presentarse sin arreglar en la consulta.
Portan una bolsa, ajada, repleta de informes, pruebas e historias médicas que caducaron hace dos lustros pero que no tiran "por si acaso".
Miran con envidia al resto de la sala. ¿Y si lo suyo es más grave y les cuela la enfermera? Hablar del turno es mentar lo sagrado.
¡Ay, qué nos dirán!, suspira una.
¡Sólo Dios lo sabe!, replica el resto a coro, como una letanía.
Zarorín.
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