De
pronto la damisela dio un salto, me arrancó la espada de las manos y
de un tajo le cortó la cabeza al dragón. Después se limpió la
sangre en el vestido y me la tiró. Yo estaba tan sorprendido que ni
acerté a cogerla y se quedó clavada en el suelo, a un paso de mis
pies paralizados.
No
sé que me gritó ella mientras me robaba el caballo, pero recuerdo
que en sus ojos brillaba una ferocidad indómita y cruel. Recuerdo
también la mirada melancólica y fatigada del dragón mientras
expiraba.
Cuando
salí de mi estupor me abracé al cuello del monstruo y lloré. Por
él, por mí, por los tiempos pasados.
Sir Kay
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