Había pasta en todos y cada uno de los
estantes de su casa. Ravioli, tortelini, fussili, farfalle y otros
nombres italianos tirando a impronunciables. Los visitantes,
sorprendidos, pasaban la tarde abriendo y cerrando cajones,
destapando cajas, descubriendo pasta y más pasta en los armarios y
debajo de las camas. Pero únicamente él advirtió cómo entre toda
esa variedad no había ni un solo espagueti. Él, sin darse apenas
cuenta, halló su mayor secreto… ella era una de esas chicas que
no sabe enrollar los espaguetis en el tenedor, y se había vuelto
experta en preparar fideos a la carbonara.
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