Despertó
con dolor de cabeza. Abrió los ojos y comprobó que estaba a
oscuras. Pero no fue lo peor. Lo que llamó especialmente su atención
fue la postura en la que permanecía acostado boca arriba, con los
brazos a los costados y el cuerpo completamente estirado. Él jamás
dormía así; alguien lo había colocado en esa posición.
Hacía
calor. El aire era denso, volviéndose irrespirable. Olía de la
misma forma que algo nuevo. Alzó el brazo derecho, que permanecía
entumecido, y su mano palpó una superficie acolchada, cubierta con
una tela suave y fría, quizá de seda. La forma de un ataúd asaltó
su mente, y el sonido de la tierra cayendo sobre la tapa le
proporcionó la certeza.
Arpagón
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