Estaba
allí otra vez, gozando de aquel permiso de poder caminar entre los
libros, permiso ganado de visitar seguidamente y respetar
estrictamente las normativas del lugar, de haberme ocupado en
escuchar, toda vez que el profesional de turno se dirigiese a mí,
saludable o insanamente, con derecho o irreverente, atento o
descuidado, yo; desarmado, sin mis lápices ni mis papeles, sin mi
bolso y hasta incluso, incomunicado… Estaba allí, y vagando hasta
que en un momento di con la imagen impactante y desordenada del lomo
antiguo y solemne que mal acomodado se escondía en una sección
diferente… Oculto, ajeno, nebular, llevado allí por razones que le
son propias dispúsose a mí entre miles; yo, elegido entre miles.
Raulecrates
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