Hubiera querido gritar,
llorar a pleno pulmón, huir, correr… pero mi cuerpo sólo me dejó
acercarme despacio, muy despacio, a mi hermano, cuya alma ya no
estaba, y darle un beso en la frente, el beso más tierno, el más
inmensamente doloroso y dulce que jamás daré.
Y sin permiso, dos
lágrimas resbalaron por mi cara.
Un triste castillo
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