Vivo bien, mejor que el resto de mi familia. Conseguí un buen trabajo como cama de una monja. Sacude mi ropa diariamente y me cambia una vez a la semana. De noche apenas se mueve, y yo, como cama que soy, trato de que nada perturbe su sueño.
Y aunque nunca me hablé, sé lo que piensa. Sé que piensa en sus labores, en sus oraciones diarias y en las reuniones del recreo que hacen despúes del examen de conciencia. Sin embargo, nunca he sabido que le pasa por la cabeza cuando, durante horas, se queda mirando a través de mi amiga, la ventana.
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