Otro zarandeo más. Se está convirtiendo en algo habitual; en la
última hora he contado doce. No veo a mi agresor, aquí reina una
oscuridad absoluta. Siempre ha sido así y me he acostumbrado a ello;
todo este tiempo me he conformado con dejarme alimentar y no hacerme
demasiadas preguntas. Pero últimamente sólo existe el dolor.
De
repente, una puerta se abre al fondo y la luz me daña los ojos.
Alguien me sujeta y me arrastra hacia el exterior donde me
golpea con violencia. Desconsolado lloro, mientras a mi lado oigo
voces que no logro entender.
Varios
años después mi madre me explicó que lo que aquel simpático
doctor dijo fue: “Bienvenido al mundo, pequeño”
Zemo GR
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