El recién nacido dormía. Marcela, extenuada y con los pezones doloridos, decidió darse una ducha. Cuando comenzaba a relajarse, sintió el llanto del niño. Cerró el grifo y esperó. El silencio reinaba. Dejó que el agua cayera otra vez sobre su cuerpo, pero volvió a oír el llanto. Después de repetir la acción hasta sentir que enloquecía, salió del baño sin terminar. En ese instante comprendió, que sus duchas nunca volverían a ser las mismas.
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