sábado, 17 de abril de 2010
Besós
Todas las mañanas hacía lo mismo. Llevaba un año observándola y no había cambiado nada. Cogía el metro de las 8:45 en la estación de Besós, de San Adrián. Yo lo cogía dos paradas antes, y procuraba sentarme en el vagón donde ella diariamente se sentaba. Desde mi sitio analizaba sus movimientos, podía sentir su perfume de lavanda, y aunque, nunca había escuchado su voz, la imaginaba dulce y pausada. Pasaba suavemente las páginas de un libro que jamás acababa. Suspiraba y una lágrima soltaba. Después, cerraba el libro y lo abrazaba. Me encantaba ese momento y deseaba saber que le pasaba. Besós, curioso nombre para una parada. La parada de la mujer que quería un beso, que jamás le llegaba.
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