Yo no me acuerdo de nada, pero el cura de mi parroquia asegura que, a la quinta botella de agua de Lourdes, me levanté de la silla de ruedas. Corrí hasta la ermita en menos de diez minutos, bailé con Lola muy apretado y me volví a partir el espinazo al intentar ganar una apuesta trepando a la torre.
El año que viene volveré a los ejercicios espirituales.
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