“No quedaban libros en el mundo en los que encontrar las palabras que brillaban en sus ojos”. Así terminaba el último relato que nos había leído en clase.
Al verlos juntos de forma casual, como otras tantas veces, entendí de pronto el tono melancólico de esa frase final que yo (inocentemente) había achacado a la emoción.
Tal vez nunca dejaron de soñarse…
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