El faro vigilaba la playa, oteaba su costa y sus acantilados, cuidando que todos estuvieran a salvo y las travesías llegaran a buen término. Desde la ventana, ella continuamente lo observaba. Aquella noche la tormenta era tan brava que los enérgicos rugidos del mar y los truenos la aterrorizaban. Desde la cama, lo único que mantenía su aliento, eran los destellos de ese faro que, dando guiños, alumbraba la habitación por fracciones de segundo. Repentinamente, el postigo golpeó uno de los cristales abriendo la ventana, aterida y horrorizada intentaba cerrarla, es entonces cuando comprobó, presa del pánico, que el viejo faro estaba inmóvil, pero ¿de donde provenía, en tal caso, la luz que todavía inundaba la estancia?.
Endelva
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