Jamás olvidaré la hermosa mañana en que estuve.
Ocurrió tras la curva del barranco, cuando los ojos se me llenaron de verde brezo, de rojo tierra. Y de cielo azul, tan limpio. Inspiré profundo hasta que el oxígeno prendió la nicotina de mis pulmones y me senté en aquella roca grande, contemplando el paisaje. Con iris-fronda y el aire en la cara, sentí cómo se me abría el pecho. Millones de neuronas-tentáculo me conectaron no-sé-cómo-a-no-sé-qué. Y descendí. Bajé a través del embudo de mis tobillos para hacerme una con la tierra cuna-tumba, y ascender onda expansiva. Fundida al universo. Infinita. Dios. Yo.
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