Hacía mucho frío. Ana tuvo que juntar los brazos a su cuerpo mientras caminaba entre las gruesas paredes del habitáculo. El encargado de la sala de cadáveres le dijo que debían mantener la temperatura tan baja por motivos de higiene. Cruzaron todo el pasillo, atestado de estanterías con medicamentos y material quirúrgico colocados con descuido. El encargado se detuvo al llegar al muro de cajones. Tiró de la puerta de uno de ellos y lo extrajo de su prisión de frío cemento. Estaba vacío. Ana miró extrañada al hombre, que ahora sostenía en alto una gran jeringa.
-¿Lista para ser mi nueva adquisición?- Le clavó la aguja en el cuello y agarró su cuerpo exánime para meterlo al cajón.
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