Cada uno recibía un baño de tolerancia, conocimiento y formación histórica que hizo de sí mismos individuos avanzados, cultos y dialogantes. Con su piel blanquecina, sus ademanes suaves y sus formas empáticas, convivían en una armonía complaciente.
De pronto, un coche sucio pasó a toda velocidad con un ruido cavernoso, atravesando sin miramientos la calle educada, y arrastrando a un niño de ocho años y a una anciana con una bolsa de plástico.
Del coche se bajó un adolescente riéndose a carcajadas y haciendo cortes de manga a la gente. Y todo el mundo, con los ojos inyectados en sangre, se abalanzó sobre él destrozándolo a golpes.
Y mientras lo hacían, una comprensión mutua les llevó a un sentimiento catártico.
jueves, 15 de abril de 2010
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