Supo de ella y sus aciertos por azar. Nunca creyó en pitonisas ni adivinos, pero conoció su fama y anheló visitarla.
Plumas envueltas en tules, animales embalsamados: todo llamó su atención.
-Acérquese- le dijo, y encendió tres velas.
Parecía dominada por sus poderes. Fue la primera vez que el hombre sintió temor. Ella no abrió los ojos y pronunció su primer vaticinio:
-Usted se enamorará de mí, para siempre.
Él se alejó y comenzó a vilipendiarla; ella gemía.
-¡Ay! ¡Creerá que estoy inventándolo todo!
Se cubría la cara mientras revelaba su augurio:
-Veo niños. Son nuestros hijos… -parecía decir cosas que no quería que él escuchara.
Él la escrutó y debió alejarse, cuando descubrió, con espanto, que empezaba a creerle.
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