Siempre había permanecido encerrado en el pueblo que le vio nacer.
De pequeño estuvo aprendiendo las labores del campo, de mayor se tuvo que dedicar a cuidar a sus padres y luego, cuando estos faltaron, resultó ser demasiado tarde pues sus alas habían desaparecido bajo la pintura del tiempo.
Sin embargo, cuando aquella mañana cerró el libro, un profundo oleaje de lágrimas bañó las áridas arenas de sus ojos. Por fin había cumplido su sueño y había recorrido otros mundos lejos del sudor y de la dura azada.
Y aquel maravilloso viaje se lo debía al Capitán Nemo.
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