Mis botas de bombero vencían con enormes esfuerzos los cuatro dedos de nieve que habían cubierto la carretera. Enfrente había un coche con el morro hundido hasta el salpicadero, y una chica estaba atrapada entre varios hierros plegados a manera de telaraña. La nieve ya se empezaba a acumular en el boquete del parabrisas y amenazaba con entrar a su habitáculo. Aproveché el surco que habían abierto los neumáticos al derrapar para así avanzar mucho más fácilmente. La mujer tenía la cara
separada en dos mitades por la sangre. Apenas abrió los ojos para mirarme. Le sonreí y le dije que aguantara. Sacarla me llevaría horas. El destino nos había hecho compañeros forzados y yo me prometí darlo todo.
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