El primer punto siempre era el más difícil. La aguja describió su trayectoria caprichosa entre los
dedos de Diana, arrastrando consigo el finísimo nylon azul. Fueron dando vida poco a poco a
múltiples rombos concéntricos en el rincón del comedor. El jersey estuvo acabado en invierno.
Era una tarde lluviosa de febrero. Los llantos del bebé quebraron el silencio húmedo del cuarto y
sacaron a Diana de su plácida siesta. Abrió el armario: ahí estaba el diminuto jersey azul. Lo cogió y
se lo puso a su hijo, que aprobó la idea con una sonrisa y un eructo. Diana abrazó su cuerpo cubierto
de rombos y supo mejor que nunca que el primer punto siempre era el más difícil.
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