Tan bueno era que ni los herrerillos del parque se asustaban a su paso. Pero hizo tantos favores que no se lo perdonaron nunca. Caído en desgracia, lo llamaron un par de veces. El amor forzado hiere como cuchillos de hielo.
Salía de vez en cuando, como una sombra amarillenta, y se quedaba sentado en las almenas del mundo colectivo al que nunca quiso dañar.
Un día, saltó hacia adelante.
Bailó, sonrió inoportunamente, vistió colores... El rey de los traspiés ya no andaba con sombrero y el trajecillo apolillado se ahorcó en el armario para siempre. Quiso beber tanta gente, quiso tocar con los ojos tantas ventanas, que sus antiguos le dijeron que no, que les gustaba cuando era bonachón.
jueves, 15 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario