Eran zancadas de botas que caían con peso, un hombre al trote, perseguido. No llevaba cuenta de cuanto llevaba huyendo, pero el animal que se había manducado ya no figuraba en su estómago. A los tiros lo sacaron los de alambrado adentro, pero su ganado ya era carne de quien al paso se sirve. Y se sirvió rico aquél, hasta que le dio el cuero.
El tipo torcía el cuello para ver si lo seguían, no veía a nadie pero tampoco aminoraba. De pasada se tentaba con algún tajamar, pero el cagazo no le dejaba las piernas quietas.
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