Llevo varios días en la misma calle: puertas de madera, piso de piedra y luz mortecina. Se pueden escuchar a los lejos las discusiones, los niños llorando y música que sale por las ventanas como si trataran que callar el vacío que produce el silencio. A la misma hora empieza una batalla a muerte donde unos a otros se lanzan desperdicios hasta que quedan cubiertos hasta la rodilla; de repente se cierran las puertas como si quisieran custodiar algo valioso.
Observo que un hombre con tunica lava las piedras con esmero, hace montones de basura y las ratas quedan organizadas en grupos pequeños. ¡Claro! reconozco en ella mi calle, pero no encuentro mi hogar.
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