martes, 13 de abril de 2010
El pequeño pescador
Haendel, amanecía en la playa pescando cuanta carnada pudiese. Listo, nadaba intrépido sobre el oleaje alcanzando viejos pilotes de muelles fracturados. Era época de ciclones y, desde los cayos, las corridas de pargos se refugiaban en la cálida bahía buscando comida y abrigo. Muchos, pescaban los cómodos lancheros. Algunos, los trabajadores portuarios. Menos, los pescadores playeros como nuestro pequeño. Quien con dos nylon al unísono aguardaba horas sobre su metro cuadrado de improvisación hasta la llegada del mágico momento, cuando los cordeles eran despedidos entre sus menudos dedos, adornados por pinchazos y cortadas hasta terminar llenando el vacío de los platos en casa.
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