El saxo descarga sobre mi cabeza su mejor ambigüedad. Todos valemos para algo. Yo barro el suelo de la sala de espera, me entran ganas de bailar.
Hoy ha muerto una anciana, he dado el aviso. No está permitido llevar auriculares puestos, pero nadie se fija en nosotros, pobres celadores.
Me entran ganas de bailar, comienzo a contonearme con disimulo. Esa joven en silla de ruedas me observa sonriente. Le gustaría poder seguir el ritmo con los pies… La anciana muerta era amable, en su juventud ganó algún concurso de baile. Me lo dijo hace unos días. En los últimos tiempos apenas podía moverse.
En este lugar todos bailamos con la muerte (marcando un paso cada vez más lento).
martes, 13 de abril de 2010
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