Afuera despunta el día. Del cielo cubierto de gris caen sin cesar gotas y gotas.
Llueve fuerte afuera y el viento helado golpea a los atrevidos que caminan rápido, bajo la endeble protección de sus paraguas, mojándose con las gotas que consiguen burlar su escudo.
Los coches forman olas cuando ruedan por encima de los charcos que constantemente la lluvia va creando. Y las casas parecen llorar, con el agua deslizándose por sus fachadas, formando lágrimas de lluvia y polvo.
Sobre todos ellos cae el agua incesante, como si no pudiera hacer otra cosa que caer y empaparlo todo, inexorablemente.
Aquí dentro no hay lluvia, ni frío. Lo único mojado son nuestros labios; nuestros dos cuerpos entrelazados buscan juntos el calor.
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