- Adiós... te amo. – le dijo Alejandra, cerrando la puerta lentamente mientras el arrebol de la tarde comenzaba a teñir la habitación.
Esas palabras de despedida se repitieron en su mente incansablemente hasta el final. Antes de cerrar los ojos Andrea comprendió el profundo significado de aquellas, aunque cuando se dio cuenta de ello, ya era demasiado tarde. La sangre llegaba más allá del ventanal y su último suspiro fue acompañado por una solitaria lágrima que cayó en su mano.
A unas cuantas cuadras, aún con la daga oculta en su morral, llorando en silencio, Alejandra tomaba el tren hacia una ciudad desconocida.
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