Un sol de justicia. Una sombrilla que me cobijaba junto a una vieja mesa decorada con un paquete de cigarrillos, una botella de whisky barato, un buen libro y una libretita. Estaba estratégicamente colocado a la entrada del pueblo. La única. Desde allí divisaba las cuatro casas que lo conformaban y el único bar. Cuando muy de tanto en tanto llegaba un vehiculo foraneo, seguía visualmente su trayecto. Si se detenía, sólo tenía que anotar cuantos viajeros descendían. Más fácil era aún con los caminantes. Estamos en Agosto y ya llevo 352. Soy, como no, contador de turistas.
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