Un madre y su hija comen en la cocina de su casa. Como se venía anunciando el apagón analógico acaba de producirse. La pantalla está gris, muda. No hay más voces ni más ruidos que ellas mismas. De repente la hija dice:
—Tengo la cara mejor ¿no?
—Sí, mucho mejor—contesta la madre mirándola. Y es verdad. Cada vez quedan menos granos por su frente.
—Entonces, en algún momento... tendré la piel bien, porque luego me saldrán arrugas y eso...
Lo dice tan seria que su madre no puede parar de sacudirse hasta que le duelen los riñones de risa. No echa de menos la programación, ni piensa adaptar la antena.
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