Solo, cabizbajo, con la mirada perdida, no le pesan los años, sino la rabia contenida.
Al otro lado del cristal, la muerte inquisitiva, le esboza una sonrisa; traidora y caprichosa
le venda los ojos con una caricia, le engaña, seduciéndole con su dulce melodía.
Se esconde en cada esquina, acechando cobarde, esperando un débil latido, para abrigarle
con su fúnebre manto negro.
Flaquean sus fuerzas, el alma siente herida. Se acerca irremediable la despedida...
¡¡Maldita!!. Me niego a nombrarte, aún sabiéndome tu víctima. ¡Cuánta tristeza se alberga en
mi corazón!. ¡Cuánta amargura que no encuentra salida!. ¡Qué sinrazón!. Lágrimas que afloran
de pena, desesperanza y congoja, por no encontrar un sentido a tanto sufrimiento.
Se torna irrespirable la despedida...
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