El diablo tenía en sus manos una baraja resplandeciente; toda llena de figuras, de sotas, caballos y reyes, todos ellos de oro. Quiso tentarme con su baraja esplendente y una sonrisa incitante; antes me había tentado con la promesa de un futuro feraz y caudaloso, con riquezas, placeres y alegrías. Yo estuve tentado a aceptar hasta que llegó con su baraja. Ahí comprendí que el diablo, en realidad, no conocía la vida, que jamás había jugado a las cartas. Con una sonrisa compasiva, decliné jugar. Me miró extrañado.
Le dije: tan inútil es una baraja sólo de reyes como una baraja sólo de doses.
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