La muchacha se internó en el luminoso aire matutino, con la angustia de la existencia sobre sus hombros.
Con los ojos fijos en el camino, dirigió sus pasos hacia aquel lugar inmortal de rocas sagradas.
El sol, se extendía sobre su cabeza, en un manchón de añil intenso. Y bajo sus pies, la tierra parecía crujir, lanzando gritos de dolor.
En cada resquicio del camino, parecía vislumbrar un poema oculto, a la espera de ser plasmado en el papel de la eternidad.
Su alma, pronto abandonaría la prisión de la carne, y la joven anhelaba llegar a la cumbre, y pasar sus últimos instantes en plácido sosiego, con aquellos seres que junto a ella, bailaban la danza de la existencia...
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