Al oír a su padre abrir la puerta las hermanas se levantaban y desaparecían mientras Parsifae dejaba lo que estaba leyendo y se sentaba recta, esperando.
Aun recuerdo los ojos tristes de Ariadna cuando no supe ayudarla y la dejé sola, la mano extendida implorando que sujetara el hilo que la mantenía cuerda. Tampoco nos atrevimos entonces a mirarnos a los ojos y confesarnos lo que todos sabíamos mientras se alejaba cabizbaja, tambaleándose bajo el peso de la luna.
Cuando el monstruo borracho mató a su madre sus ojos me miraron por última vez antes de que los cegara el alcohol con el que intenta en vano olvidar que fue mortal y que yo, Teseo, no quise matar al Minotauro.
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