lunes, 5 de abril de 2010
El ocaso del marinero
Tenía los dedos largos y la piel un poco rugosa, como si toda su vida la hubiera pasado al sol. Sus labios eran pequeños y finos, se apreciaba sobre ellos el paso de los años. Desde pequeño le gustaba quedarse sentado durante toda la mañana en el banco del puerto, viendo entrar y salir los barcos de los que nunca sería su dueño. Sus ojos azules destellaban el misterio y la tristeza de una vida dura y solitaria de un hombre que se sentía fracasado. Siempre había pensado que con su fuerza e inteligencia podría surcar los siete mares y ser el dueño del mundo, pero sus piernas siempre le habían devuelto al mismo lugar.
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