Su motivación no era el culo de vértigo que tenía su secretaria, a él lo que le ponía en pie de guerra era los zapatos que su secretaria traía diariamente y como caminaba felinamente sobre la alfombra de su despacho, hasta llegar a sentarse en la silla confidente frente a él, con su lápiz en la boca. Lápiz que mordía siempre y del que solo quedaban hebras, mientras escuchaba las tareas del día, confiriéndole una imagen de bajeza que no correspondía con el tipo de zapato de tacón alto y glamuroso que calzaba. Ese contraste le motivaba aún más.
Fernando retornaba al sosiego mirando el nadar del único pez que habitaba en la pecera de su despacho de dirección.
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