Alex tenía dos opciones. La promesa que había hecho a su madre llenaba su mente, pero los gritos de Josu le devolvían a la realidad. “Venga, tío! ¿Preparado?” Alex asintió con la cabeza, y sintió como su cuerpo se acaloraba.
Verificando que nadie los viera, saltaron el muro deteriorado de la casa. Alex sentía el latido de su corazón en los oídos, y su piel se enchinó. Entró a la casa esperando oír silencio, pero se sobresaltó al escuchar un grito débil. ¡Ayúdame…ayúdame! Vio un bulto en el suelo frio, y acercándose se dio cuenta que era una anciana, tan pálida como los azulejos en que yacía. Suplicaba ayuda con sus ojos.
“Salgan”, grito. Voy a llamar a una ambulancia.
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