El cielo iba perdiendo su tono azulón, comenzaban a brillar las estrellas.
Oía a la gente a mi alrededor, pero no la veía, no podía detener la velocidad a la que
daba vueltas mi imaginación, ¿Será verdad?
Corrí hacia casa, corría ansioso sin perder un segundo.
Abrí la puerta de la casa y en el rellano estaba ella, tan guapa como siempre, una
lágrima resbalaba por su hermosa mejilla y su sonrisa hizo una vez más que me olvidara
de mi horroroso día de trabajo.
Me quedé perplejo, sin respiración… ¡ahí estaba! era igual que ella, nuestro primer hijo
había nacido.
Cerré la puerta y abracé por primera vez al nuevo hijo, la familia se había consolidado.
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