Avancé decidida hasta ese punto donde el instinto de conservación nos detiene.
Frené justo a tiempo. Cerré los ojos. Sentí como el vértigo azota con fuerza en la línea media. Un silencio blanco, infinito, vistió el momento.
Como en una neblina me vi correr contra el viento, contra el tiempo y sus miserias. Debía regresar a la orilla, me esperaban. Abrí los ojos. La escena empezó a recobrar sonido.
El viento de jaloque me golpeó la cara. Lo sentí recorrer mi cuerpo semidesnudo. Resultó agradable incluso en aquellas circunstancias. Dejé que la corriente eólica procedente del sureste me invadiese por unos instantes. Socorristas y equipo médico permanecían a mi lado sobre la arena. Sonreí, ellos también.
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