Sergio era un bebé de un año, se despertó feliz sabiendo que la primera persona que entraría por la puerta sería su madre. Ella estaba más contenta de lo normal. Cuando llegó hasta él le dió un tierno abrazo. Entonces se sentó en un sillón con Sergio sobre sus rodillas, se levantó un poco la ropa, dejando al descubierto su vientre, el mismo donde él vivió durante los nueve meses anteriores a su nacimiento, el mismo que últimamente su madre solía acariciar. Ella se dirigió emocionada a su hijo como si pudiera entenderlo y le dijo: “Es un niño”. Sergio no recordó aquél día, pero ese niño y él, además de hermanos, serían para siempre los mejores amigos.
A. Romeg
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