lunes, 5 de abril de 2010
A la deriva
Dejó atrás país, choza y familia. Por equipaje, un triste fardo cargado de pobreza y esperanza. Los ahorros que no tenía los empeñó en aquel pasaje al infinito, que un compatriota carroñero le pintó de colores. Ahora, perdido en el océano, quemado y exhausto, rodeado de cuerpos deshidratados y moribundos, apenas le quedan fuerzas para ver la realidad. Sólo un deseo: que la tortura se acabe cuanto antes. Reza. Ignora que ya queda poco para el final. Los dioses le han cambiado una vida miserable por el lujo de una muerte anónima en el fondo del mar.
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