Era un perro sin amo, no atendía a nombre alguno y acostumbrado a patadas, andaba siempre solo.
Una pedrada infantil le vació un ojo pero con el bueno ponía imagen a los olores. Merodeando las basuras.
Tumbado a la sombra en verano, buscando el sol en invierno.
Una mañana le atrajo un silbido, corrió tras él, siguiendo las notas que iban brincando en el aire. Cuando cesó la cancioncilla, se detuvo, levantó la cabeza y noto en el hocico, por primera vez, una caricia.
Jamás se separaron, el perro vagabundo y el hombre nómada, iniciaron sus andares compartiendo sombras.
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