La profunda niebla de desesperanza, la crisis moral que se abatió sobre aquel pueblo fue tan grande que creó el entorno ambiental idóneo para la epidemia.
Primero fueron unos pocos. A nadie preocupó que unos extravagantes fueran hablando solos por la calle, costumbre tan vieja como la misma ciudad. Luego fueron siendo más y más, pero los sanos que quedaban mantenían funcionando las instituciones familiar, económica y política.
Al final, cuando ya no quedaba nadie sano los cinco millones de almas que hablaban consigo mismo lo abandonaron todo y la ciudad cayó vencida ante la plaga. El estruendo de esos cinco millones de soliloquios creció hasta ser un gigantesco murmullo que, dirigiéndose hacia el norte, aterraba al mismo cielo.
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