Aquello fue obra de un rayo de luz. Uno de esos rayos de luz que irrumpen de entre las tormentosas nubes que ensombrecen nuestra mente, iluminándolo todo. Y bastó ese instante de claridad para que todo me fuera revelado. Para que todo se inundara de luz.
Me preguntaba por qué no se me había ocurrido hasta ese momento. Ahora todo se me antojaba claro y sencillo. Incluso el más difícil de los problemas parece de lo más simple una vez que se conoce la solución. Un soplo de esperanza me embragaba. Daba igual qué hubiera hecho. Daba igual porque todo se podía arreglar. La razón es sencilla: no hay nada que no se pueda arreglar pidiendo perdón.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario