Enlazada en sus sueños, vio pasar su vida y no le gustó demasiado. Su despertar agitado hablaba sin palabras, sus movimientos nerviosos y el sudor de su cuerpo delataban una nueva realidad, sincera, pero amarga.
Buscando, removiendo papeles, documentos, antiguas fotos... así lo encontró en el salón aquella mañana.
Aquel fuerte hombre de negocios parecía infinitamente más débil, pensó su mujer al verlo, mientras el seguía buscando sin reparar en su presencia.
-¡Lo he perdido, lo he perdido!- repetía sin cesar.
-¿Qué has perdido? Deja que te ayude – le dijo su mujer preocupada por su comportamiento.
El silencio precedió a las palabras, su cuerpo cansado cedió.
Más tarde su voz añadió:
- El tiempo, he perdido el tiempo.
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