En una fiesta invité a bailar a una chica preciosa y me rechazó.
-Fuimos compañeros de escuela y no bailas conmigo- mentí, molesto.
-¿En que curso?
-Primero y segundo, recuerdo el día que te cagaste encima- dije vengativo y me aparté prudentemente.
-¿Como te llamas?- se acercó, bella y curiosa.
-Alberto- "un grosero sin clase", pensé- ¿Ahora me recuerdas?
-No, pero igual bailemos- dijo divertida.
Susurré a su oído disparatadas anécdotas escolares acercándola hasta pegar nuestros cuerpos.
-Me gustan tus historias, pero promete no mentirme nunca más- me interrumpió riendo.
-Prometido pero, exactamente, ¿De qué mentiras hablamos?
Me besó dulce y largamente para callarme. Todavía no sé si tuvo aquel percance digestivo escolar, yo sí, dos veces, es un clásico.
FIN
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