Ella miraba un paisaje anodino y él conducía; si no sonase la música, los pensamientos se oirían por sobre el ruido del motor.
Ese fin de semana en la montaña había fracasado otro intento de reconducir su vida en común; los lazos que los unían sucumbían ante el hastío y los reproches compartidos.
Uno de los dos diría, antes de llegar a casa, que debían separarse; el otro asentiría aliviado de no tener que proponerlo.
Uno de los dos recordaría antes de ese punto y aparte, que treinta años atrás, en otra carretera, pararon el coche en un desvío lateral, se internaron en un campo de trigo e hicieron el amor sobre un improvisado colchón de espigas doradas.
FIN
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